viernes, 29 de abril de 2011

Perros y vida emocional



Ciencia que se ocupa del estudio del carácter y modo de comportamiento de los animales, la etología de nuestro país tiene en Claudio Gerzovich Lis a un referente destacado. Ex docente de esa especialidad y ex director del Servicio del Comportamiento Canino y Felino de la Facultad de Veterinaria de la Universidad Nacional de Buenos Aires, fue también representante argentino del Comité de Bienestar Animal y Etología de la Asociación Mundial de Veterinaria, Gerzovich Lis registra la resolución de más de 2.000 casos relacionados con los problemas generados por la relación entre un grupo humano y un animal.

Según este médico veterinario, los primeros en domesticar animales fueron los griegos, quienes los incluyeron en su mitología. Por caso, Plutón, dios de los Infiernos, encargó a un perro, Cerbero, la guardia de las simas abismales para evitar que los espíritus de los muertos pudieran escapar. Homero, en La Odisea, destaca la fidelidad de Arcos, perro de Ulises, ya que fue el único que lo reconoció al regresar a su patria con ropaje de vagabundo.

Pero en las sociedades actuales, «la actitud hacia los perros –afirma Gerzovich– varía desde la total humanización, hasta el punto de brindarles mayores cuidados que a los seres humanos, o a la más absoluta indiferencia e, incluso, total indiferencia por sus vidas».

–¿Cuándo comenzó a interesarse por el comportamiento de los animales?
–Empecé adiestrando perros cuando tenía 15 años. Sentía pasión por eso. Un amigo del secundario me regaló un ovejero alemán, me compré un librito y como todo adiestrador, me fui haciendo solo. A los 20 años había adiestrado 700, 800 perros; me iba bien, me sentía Gardel con guitarra eléctrica, creía que las sabía todas: el ego se levanta por la edad y en relación con el trabajo que estás haciendo, en mi caso, manejar perros. Era un hobby que me permitía vivir, ganar plata. Yo siempre dije que iba a estudiar veterinaria porque me gustaban los animales y eso es un error garrafal, el creer que porque te gustan los animales te va a gustar ser veterinario. Me di cuenta a lo largo de la carrera que, en realidad, no me interesaba ser un veterinario clásico. Seguí adiestrando perros durante mi carrera y empecé a ver muchas problemáticas de comportamiento. Estar estudiando me abría mucho el panorama en cuanto a evaluación, observación y dije: «Esto hay alguien que lo tiene que resolver». Apremiado también porque no me gustaba la clínica y porque me apasionaba esto, al recibirme tuve que tomar una decisión y correr el riesgo. Porque no había nadie que lo hiciera.

¿Qué hace exactamente un especialista en comportamiento animal? ¿Cómo se define?
–Depende con quién hables. Porque hay varias vertientes aquí y en el mundo. Por lo general, la etología es una disciplina que se dedica a tratar problemas de comportamiento en perros y gatos, básicamente en las grandes ciudades. Eso en los términos profesionales habituales, convencionales. Desde que empecé con esto siempre digo que no tengo nada de convencional. Es decir, pongo mis conocimientos al servicio de solucionar un problema. ¿Qué hago yo? Trato perros y gatos, sí. Pero más que nada trato sistemas donde están los perros y los gatos. Porque ellos están en una casa, en una familia y su comportamiento está dramáticamente influido por el comportamiento de la familia. Para modificar los problemas hay que actuar sobre todas las variables. Entonces, ya no trabajamos sobre el perro y el gato sino sobre el conjunto.

–¿Incluye en esta visión también a los vecinos y el barrio?
–Sí, es un tema social también, porque en algunos casos, sobre todo en Capital Federal, está la vida en departamentos, los ruidos molestos, etcétera. Me ha ocurrido el caso de vecinos que se quejan, el dueño solicita una consulta porque no le molesta a él que el perro ladre sino que tiene problemas con el vecino. Digo que es un problema social porque me ha tocado sugerir cosas que han dado resultado en términos humanos. A ver, ¿qué es lo clásico? Un vecino se queja y no demasiado bien. Va enojado y el que recibe la queja reacciona, en general, enojándose más o ignorándolo. En cualquiera de esas situaciones no se genera ninguna resolución.

–¿Cuáles son los problemas esenciales con que se encuentra cada vez que necesitan de sus servicios?
–En general, son problemas de sistemas, no exclusivos del perro. La mejor forma de explicar esto es con un ejemplo concreto. Hace poco fui a ver el caso de una familia que me llamó porque tiene dos perros, uno de los cuales está mostrando agresión. Cuando voy, me encuentro con una casa con problemas del propio perro y también con serio problemas de interacción de la familia con ese perro. Un matrimonio donde la mujer dice «en la vida no hay que poner límites, hay que dejar libre y esa es la mejor manera de vivir»; y el esposo señala que «esto así no da para más. En esta casa no podemos seguir adelante con estos animales en la forma en que estamos». Yo tengo que tratar de ubicar ese perro con ese problema en esa familia que, en realidad, no está de acuerdo en cómo encarar su propia vida. Entonces, ¿qué significa esto? Como no voy a meterme en la vida de esa familia, ya que no me corresponde, lo que sí voy a hacer es resolver el problema con el perro: es decir, tratar de que la familia se ponga de acuerdo, que entienda el problema y pueda solucionarlo. Por eso digo que trato sistemas. No trato a la familia por la familia en sí misma, trato el sistema en relación con el perro para que la familia se reacomode.

¿Cuáles son las llamadas inconductas caninas más visibles, más comunes?
–Las más comunes no son necesariamente aquellas sobre las que más consultan. La gente no consulta porque el perro tiene una patología de comportamiento sino porque el perro le está trayendo un problema. En general, el mayor problema que hay es la agresión. Uno puede tener un perro que rompa algo y te lo aguantás, pero si es un perro agresivo la cosa cambió.

–¿A qué apela para modificar la conducta de un perro agresivo?
–Primero, al diagnóstico, para ver dónde está la causa del problema. ¿Hay un tema de base genética?, ¿hay un problema de base hormonal?,¿hay un trastorno puramente conductual?, ¿hay un trastorno conductual en relación con el sistema donde vive el perro? Además, ¿de qué estamos hablando cuando hablamos de un perro? Una persona te puede decir: «Mi perro está atado en el fondo», y otra te dice que el perro «es como mi hijo: duerme en la cama conmigo». El perro es el mismo, el que está cambiando es el ser humano. El antecesor del perro es el lobo, tiene una estructura de comportamiento, más allá de sus diferencias, bastante similar: se trata de animales sociales, de grupo, jerárquicos, territoriales y también predadores. Entonces, cuando uno entiende cómo funciona un perro, puede empezar a modificar su comportamiento, en base a cómo interactúa con el sistema. La gente cuando me llama no asume esto, se comporta con el perro como si éste fuera un niño. Cubre sus propias necesidades pero no las del animal. El humano que tiene un perro lo tiene, en una medida, por el afecto. Entonces, vuelca en el animal el afecto, y en la vida el afecto solo no hace nada. Es muy importante, pero no resuelve todo.

–¿Y con qué debería complementarse esto?
–Siempre digo que para educar a un perro, primero hay que tener un proyecto y luego aplicarlo con coherencia, firmeza y paciencia. Las tres cosas deben ir juntas, cosa que a nosotros los humanos nos resulta complicado. Ser coherente para realizar ese proyecto, ser firme para su realización y ser paciente para ver los resultados. Y si hablamos de eso, también podíamos estar hablando de la educación de un chico. Ahora, ¿cuál es la diferencia con el perro? ¿Qué es estrictamente para el perro? Disciplina, ejercicio y afecto, en ese orden.

–¿Con qué elementos trabaja concretamente?
Trabajo más que nada con el estado emocional y después con la confianza emocional. Recurramos a un ejemplo: un chico que anda mal en matemáticas, va a una profesora y ésta le dice: «Sentate acá, vamos a empezar a trabajar». El chico se pone nervioso y la profesora sigue: «Vamos, vamos a empezar, porque te corre la hora». Ese pibe, enseñen lo que le enseñen, va a estar mal en cualquier situación. En cambio, si esa profesora le dijera: «Sentate, hoy no hay apuro, cómo estás, contame de tus cosas, en un ratito empezamos», logra un estado emocional adecuado en ese individuo; todo lo demás va a ser mucho más fácil. Como nosotros somos humanos, podemos hablar, con un perro no. Pero lo que hay que lograr es lo mismo: que el perro esté en un estado emocional adecuado para que pueda recibir y procesar, fundamentalmente, toda la información que recibe. Y esa confianza implica (en un individuo que es jerárquico) que para estar sereno necesita un líder. Hay que ocupar ese lugar: el lugar del líder, no del tirano. El perro no confía en un tirano, confía en un líder. Y ser líder no es tan sencillo. Es decir, ser líder implica poner reglas, cumplirlas, enseñarlas y después exigirlas. En general, la gente dice: «Quiero que se comporte como quiero yo, y si no se comporta como quiero, lo castigo». Hay un uso del castigo, en algunas circunstancias, para no decir en todas, bastante inadecuado. La gente usa el castigo, incluso con los propios hijos, se enoja. Reprende, no porque corresponda; si yo reprendo a alguien es porque estoy enojado y ahí estamos en un serio problema. El perro tiene una capacidad perceptiva muy grande, porque es un especialista en ver los movimientos sutiles, su lenguaje es corporal. Y cuando lo tratamos enojados somos una avalancha de comunicación corporal inadecuada para lo que queremos lograr.

–El lobo y el hombre disputaban la misma presa alimentaria. ¿Cómo pasamos de ese rol de enemigos al de «mejor amigo del hombre»?
–Eso es interesante. Hay varias teorías, pero la que más se acepta en este momento es: primero el hombre cazaba al lobo porque era el competidor, pero se quedaba con los cachorros. Los cachorros no eran problema para ese hombre. Se piensa que quedaban con el resto de la familia. Se empezó a sociabilizar. ¿Qué empezó a pasar? Que al empezar a sociabilizarse, comenzó a tener un vínculo con los humanos y el lobo tenía algo que el humano no tenía: un gran poder de detección de presas a través del olfato. Entonces, se piensa que en algún punto esos cachorros sociabilizados con el hombre –no domésticos sino lobos– empezaron a guiarlo. Detectaban la presa antes que ellos.

–Había colaboración. No era un animal doméstico pero estaba en un proceso…
–Sí, de amansamiento. La domesticación implica una línea evolutiva, en cambio el amansamiento es más de los individuos. Pero ahí el hombre empieza a darse cuenta que podían serle útiles las prácticas del lobo. ¿Y por qué llegó a eso? Llegó porque, en el fondo, aunque esto genere discusión, las estructuras sociales de ambas especies, la del perro, la del lobo, por una parte, y la del humano, por otro, no son tan diferentes como uno podría pensar. Nosotros somos jerárquicos, aunque digamos que no y creamos que no. Debo decir por qué lo digo, sino sería una mera opinión. ¿Cómo se organiza una casa? ¿Cómo se organiza un país? Hasta culturalmente al presidente se lo llama jefe de Estado. Cualquier sistema para funcionar debe tener organización. Lo que pasa es que nosotros, cultural o socialmente, tenemos miedo a la palabra orden porque se mezcla con una serie de circunstancias muy complicadas, históricas, de la humanidad. Pero el orden adecuado es algo muy beneficioso para el desarrollo de una sociedad humana o canina. ¿Vivimos en familia? Los perros y los lobos viven en familia. Son territoriales; los perros y nosotros también. Claramente se ven los límites de los países, pero hay algo mucho más sencillo: la casa del vecino es la casa del vecino, mi casa es mi casa, ponemos una pared entre una y otra. Mi vecino no va a entrar a mi casa porque lo voy a mirar mal. Está metiéndose en mi territorio. Pasa lo mismo con los animales. Y así hay muchas cosas que debiéramos definir como similares. No digo que somos iguales, digo que humanizamos a los animales…

¿Qué debería tener en cuenta una persona para elegir a su perro?
–No podemos decir tal raza es para tal persona, eso no. Pero tal perfil de perro para tal persona, sí. La elección del perro es clave. Si hay una persona de baja energía, digamos, muy tranquila, que no le gusta poner límites, y elige un perro con un nivel de energía alto (que sabemos que es una especie jerárquica), el perro va a intentar tomar el control de la situación que el otro no toma. Me encuentro con gente que dice: «Pobre, déjelo que el perro haga lo que quiera». Si el perro hace lo que quiere, después va a tener problemas. Entonces, sea coherente, no espere que el perro haga lo que quiera y que haga lo que usted quiera cuando usted quiera.

–¿Qué opina de la castración?
–Cuando se habla de castrar a un perro, un anglosajón dice «okay». Vos le hablás de castrar un perro a un latino y lo estás castrando a él, más o menos. Vos le decís a la gente que habría que castrar a la perra… No tengo el dato preciso, pero más o menos un 50% que te va a decir que sí y un 50% va a decir que no. Vos le decís que hay que castrar a un macho y el 99% te va a decir que no. Somos tremendamente machistas. Las hormonas al perro lo inducen a hacer determinadas cosas; a veces, en una sociedad en que el perro está aislado, no está con perras y tiene que cumplir con un comportamiento social adecuado, quitarle las hormonas puede ser de ayuda para que el perro esté mejor. Porque si tiene sus hormonas, que le piden una cosa, y el dueño que dice que eso no se hace, castrándolo logramos que el perro esté un poco más tranquilo con respecto a determinados comportamientos. Hay quienes piden: «Tenemos que lograr que el perro esté mejor porque yo no lo puedo castrar». Entonces, no es que le va a pasar algo al perro, le va a pasar algo a él si lo castramos.

–¿Cómo evalúa la tendencia a tener perros guardianes por el tema de la inseguridad?
–Opino que también creció la problemática de la agresión de los perros hacia la gente. Entonces, muchos están teniendo más cuidado, no sé si porque influye el tema legal o la responsabilidad… Tener un perro es un problema, muchas veces, para sus dueños. Incluso yo veo menos rotwaillers que hace unos años atrás.

¿Es correcto decir que los collies son buenos y los rottweiler son agresivos?
–Absolutamente incorrecto. Yo diría que hay animales, hay perros, hay razas y hay individuos. Hablemos de un rottweiler: primero hay que ver que estamos hablando de un animal, segundo de un perro, tercero de una raza. ¿Qué quiero decir con esto? Que todas las razas de perros son de la misma especie, tienen la misma estructura de pensamiento, pero también hay mucha diferencia de manejo. No es lo mismo educar al perro de una manera que de otra. ¿Quiero decir que no hay diferencias genéticas? Sí, las hay, pero no son absolutas, sino caemos en lo que está cayendo el mundo, lamentablemente: prohibir ciertas razas de perros. Hagan desaparecer todas las razas del mundo y va a seguir habiendo el problema de agresividad, porque el problema no está en la raza. La raza es un factor, pero los perros no son máquinas. El grave error es que queremos minimizar y simplificar a una estructura muy simple algo muy complejo. Uno va por la calle caminando, ve a un perro chiquito (un caniche, un pekinés) que su dueño pasea con una correa: el perro te ladra descontrolado, te quiere agredir. Vos pasás, sonreís, y podés decir: «Qué enano cascarrabias». Una cuadra más adelante te encontrás con una persona que tiene un rottweiler, que sólo te mira, fijo. Vos pensás: «Che, guarda, qué perro peligroso». Sí, claro, al lado del otro… éste pesa 70 kilos y el otro 5. El de 70 te mira y te asusta, el de 5 te quiere comer y sonreís…

–Usted ha trabajado mucho en la relación niños-perros, ¿qué le dejó esa experiencia?
–Si la relación está bien manejada lo que se logra es increíble. Los padres se sorprenden de lo que son capaces los mismos chicos. Vamos a la cuestión concreta: al perro no le importa quién es y qué hace la persona. El perro si está bien, te quiere porque sos vos. Eso es clave en la vida humana. Que alguien te quiera, nada más. El perro te recibe mejor, a veces, que el humano. Eso no te lo dice un chico, lo dice un adulto: «Yo llego a mi casa y el perro mueve la cola. Llego a mi casa y el primero que está ahí es mi perro para recibirme». Esa cosa genera algo emocional. La madre reta al nene, el nene se va y se esconde con el perro y el perro está ahí con él. No quiero hacer una historia rosa, pero lo que despierta en un chico a nivel emocional no lo despierta otra cosa. Lo digo por experiencia personal: cuando era pibe tenía un problema, agarraba al perro y me iba a caminar solo con él. Lo puedo hacer hoy día también, esa cosa de desconectarse con un animal, que no es que le pasa a todo el mundo. Hay gente que dice: «Este tipo está loco», pero la vida emocional –clave para mí en la vida humana, en la vida del perro, de todo ser vivo– es decisiva. Ahí está la cosa práctica de la convivencia: al perro hay que educarlo. En esta sociedad que compra juguetes, se rompen, se compran otros, se tiran, eso es algo que no importa; al perro, en cambio, hay que atenderlo o sufrís las consecuencias. Es una herramienta muy interesante para poner orden en un lugar, que el chico vea que hay orden, no porque vea que le están dando reglas solamente a él, sino que el perro necesita orden para estar mejor. Por lo tanto, si con orden estamos mejor, va a ser más fácil. Orden que significa armonía, una convivencia armónica.

-La actitudes con el perro van desde quienes lo condenan al fondo, atado con una cadena, hasta los que duermen y comen con el animal. ¿Qué recomienda usted?
–Sucede que para algunas personas los animales son sólo un objeto y para otras llegan a ser más importantes que los seres humanos. Los extremos son malos y ésta no es la excepción. Los perros son seres vivos y tratarlos como objetos es un grave error. A menudo esos perros son muy ladradores, hiperactivos y destructivos y, en algunos casos, muy agresivos. Un animal recluido sufre mucho porque no puede satisfacer sus necesidades de juego, distracción y contacto social. El mejor consejo que puede recibir una persona que tiene a un perro en estas condiciones es que cambie su percepción sobre el animal o que no lo tenga. Y en cuanto a quienes «superhumanizan», pueden generar consecuencias igualmente nefastas, aunque éstas surjan luego de un tiempo de convivencia. El permitir que el perro haga lo que se le ocurra, sin límites, suele llevar a que se crea el rey de la casa. El perro disfruta este tipo de vínculo, sin embargo luego aparecen los problemas. Un rey no obedece, debe ser obedecido. Solicitará caricias cuando quiera, querrá comida cuando sus dueños estén almorzando y se la quitará si no responden a sus requerimientos. No obedecerá el llamado cuando salga a la calle y regresará cuando tenga ganas. Puede llegar a gruñir y a morder si las cosas no son de su agrado. La convivencia así se vuelve insoportable.
El mejor vínculo que se puede establecer con un perro es el que está basado en el respeto mutuo. Es esencial lograr satisfacer tanto sus propias necesidades como las de las personas con las cuales convive. Para ello es necesario conocer profundamente el comportamiento normal de los perros y la forma en que se relacionan con los seres humanos. Sólo de esta manera será posible convivir placenteramente con el miembro no humano de la familia.

–¿Qué pasaba en su familia en relación con los animales cuando era niño?
–Viví en una casa donde mis padres no eran apasionados por los perros, ni mucho menos, y yo valoro lo que me han permitido hacer porque yo tuve no sólo perros, sino todo lo que se me ocurría. Tenía 10 años, fui a la Plaza de Mayo, había una paloma herida, fui a levantarla y mi madre me dice: «Vamos a preguntarle al policía» (no me olvido más de eso). Fui con la palomita a preguntar: «¿Me la puedo llevar?» El policía se sonreía y me dijo: «Llevátela y hacela al escabeche» Y me la traje a casa nomás, gracias a mis viejos que entendieron y aceptaron. Después, a los 15 años, cuando me regalaron ese ovejero, se llamaba Bronco, ahí se disparó con mucha fuerza esa pasión que no termina.

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